Wednesday, November 05, 2008

Sobre el ennui

No hay nada que hacer, es la máxima a la que podemos llegar después nuestra “densa” experiencia humana. Beckett nos lo dijo en nuestro idioma, el que ahora entendemos todos, el idioma de lo simple. El que al minimizarse, por cuestiones de tiempo claro está, es capaz de llegar a todos.

Pero ¿qué se ha tirado consigo la tecnificación?

Seamos tajantes: tiempo, recuerdo, verdad, tradición y memoria; aunque podamos enumerar.

Chejov, Beckett y Steiner redundan en el ennui. Sin lugar a dudas la manifestación intrínseca del status quo más largo de la “moderna” vida humana. El ennui se convirtió en el procreador de las fantasías catastróficas de la humanidad. Del sin sentido, de la desidia, y del conformismo.

La tecnificación de la vida humana tiene su principal inspiración en el factor tiempo. En él vivimos y por él morimos. Había que hacerlo rendir, había que acelerarlo. Más por menos era el ideal, y aunque no lo crean sigue siéndolo. Después de las grandes revoluciones sociales y tecnológicas del siglo XIX el eterno mañana se acercó, y esto era sólo posible por las capacidades de reducción del tiempo. La maquina nos acercaría al ideal.

Hoy, 200 años después de ese nuevo amanecer seguimos, como aquellos, rescatando vestigios del pasado. El mito se convirtió en el estabilizador del sistema, en el sustrato del ennui. El preciado mañana nunca llegó y el humano optó por la salida rápida, conformarse. Que bien lo escribe Beckett: “…cuando menos, esperemos, eso es lo que pasa en esta puta tierra…”

La aceleración degeneró en letargo de espíritu, y la memoria fue la primera víctima. Vamos perdiéndola, con el paso del tiempo. La memoria se convierte en olvido, por la inacción. Por que, entendiéndola como músculo, es analógico que al no usarle se atrofie. Los silogismos de Borges nos dicen que somos olvido, ya que estamos hecho de memoria y ésta a su vez de olvido. Entra en juego una vez más la tecnificación, para qué usar la memoria si la podemos almacenar en objetos externos a nosotros. Es la nueva economía humana, la de la información. Es la economía de la cultura.

Esa concepción nos remite a Beckett y aún más atrás, hasta Descartes. La economía de la cultura también degeneró en economía del conocimiento y es resultado directo de un ennui, que como explica Steiner, ha tenido como una de sus tantas manifestaciones la inversión de los valores. El cogito ergo sum es pasado, se ha invertido. Ya no importa pensar, con existir basta. Beckett brutalmente lo demuestra en una conversación entre Pozzo y Estragon.

Pozzo: (refiriéndose a Lucky) ¿Quieren ustedes que nos piense algo?

Estragón: A mi me gustaría más que bailara, sería más divertido.

…(después de un largo sin sentido)

Estragón: ¿Y no podría primero bailar y después pensar?

Pozzo: ¡Es el orden natural! 

Para Chejov el orden natural también se ha teñido de ennui. Vivimos en la idea permanente de lo fugaz. Tanto el aburrimiento como la ociosidad se contagian, producto de la inacción. Nos inmiscuimos en un sistema en el que nuestros dotes individuales, de humanos, son banalizados. Vamos, serenos –clave en Chejov- , en el camino de la deshumanización. Como dicen los frankfurtianos, ahora sólo somos dueños de una razón instrumental. La religión también tiene su cuota, y junto al mito, ha contribuido a mantener un estado de las cosas “sereno”, es la consecuencia del dogma. Sonia cierra magistralmente el Tío Vania de Chejov repasando una cosmovisión en donde quizás podamos encontrar el último de los refugios del Ennui:

…Cuando llegue nuestra hora, moriremos sumisos. Y allí, al otro lado de la tumba diremos que hemos sufrido, que hemos llorado, que hemos padecido amargura…!Dios se apiadará de nosotros, y entonces, tío…querido tío, conoceremos una vida maravillosa, clara, fina!... La alegría volverá a nosotros y, con una sonrisa, volviendo con emoción la vista a nuestras desdichas presentes… Descansaremos!... Tenga fe, tío…

 

Vladimiro y Estragón que cierren:

 

V: El fondo no cambia

E: No hay nada que hacer

 

¿O sí?

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